domingo, 8 de febrero de 2009

ANTICONCEPCIÓN

Cuando una mujer católica que conoce la doctrina, cuyos preceptos hasta ese momento ha observado fielmente, siente la tentación –cualquiera fuere el motivo que a ello la induzca- de hacer uso de un anticonceptivo, debería reflexionar un instante y dedicar unos minutos a la lectura de lo que el P. Faber ha escrito a propósito de la Encarnación del Verbo:

“La creatura ha dado una señal de asentimiento… Una sombra, que parece asemejarse a Dios, la cubre por un instante. Ha desaparecido Gabriel, y Dios, revestido de una naturaleza creada, reposa en el seno materno. Estalla en las regiones del mundo angélico un inmenso júbilo. La Virgen María no lo oye. Inclinada tiene la cabeza sobre el pecho, y su alma sumergida en un silencio parecido a la paz de Dios.”

Al comentar este párrafo dice el P. Raúl Plus:

“La gloria de Dios puede recibir desde ese instante la adoración infinita del Verbo de Dios hecho hombre. Desde ese momento un hombre, porque es también Dios, puede dar a Dios la adoración que merece.”

Si aquella mujer cristiana decide, a pesar de todo, evitar una concepción ¿podrá gozar de la paz, como María, cuando piense que ha privado a Dios de los actos de adoración –finitos e imperfectos, por cierto- que su hijo podría haber ofrecido a su Creador a lo largo de una existencia que ya no será? ¿Y que el júbilo de los cielos se trocará en dolor “por la oveja perdida y no hallada”?

Del mismo modo, los cónyuges de un matrimonio cristiano que esta a punto de recurrir al uso de “los métodos naturales” de espaciamiento de los nacimientos, piensen, también, si la razón aducida para tomar tal decisión es lo suficientemente grave y seria como para rehusar a Dios el ser con ellos el co-creador de una nueva vida. Y como para reprimir el estallido de júbilo con el que el mundo angélico celebraría la venida al mundo de un nuevo hijo y adorador de Dios.

Raúl A. Devoto
Febrero 2009